Anne Henriksen comenzó su vida teniendo muy claro que quería ser artista, hasta que un desafortunado accidente la llevó a elegir caminos muy alejados de cumplir con su deseo.
A partir de entonces comenzó a trabajar en diferentes puestos, probando una y otra vez y coqueteando con su sueño de dedicarse al arte. Trabajó como llevando una tienda de artesanía, como asistente en un teatro, repartidora de correos… incluso pasó 20 años conduciendo un taxi.
Ha sido a sus 67 años, cuando ha despertado gracias a las esculturas grabadas en piedra de un templo en Indonesia. A partir de este viaje se ha reencontrado con su verdadera vocación, se ha comprometido con ella y al fin, ha cumplido su sueño.
Aquí te cuenta su bonita historia…
«Nací en 1955 en una zona campestre en Suecia, pero en mi familia nos mudábamos a menudo. Cada año y medio ascendían a mi padre a puestos más altos y nos teníamos que mover.
Desde niña soñaba con convertirme en artista. Fue en Suecia donde comencé a tomar cursos de arte y artesanía. Con 13 años solía hacerme mi propia ropa y ayudar a mi padre en todos esos arreglos del hogar que en aquella época eran tan sólo menester de los hombres.
En aquella edad era una buena estudiante, hacía mis deberes y disfrutaba con mis artes, pero mi padre quería que yo fuera a la universidad. Con 15 años me volví algo inestable y mis notas en la escuela comenzaron a caer.
Justo antes de que la escuela terminase, sufrí un terrible accidente que cambió mi vida para siempre. Conducía el coche una amiga mía y recogimos a dos hombres que hacían autostop. Retomamos la ruta y de repente, apareció un coche de la nada a gran velocidad. La carretera era estrecha y el coche nos empujó hacia el foso/zanja/cuneta, que era muy profunda.
Tuvimos la suerte de que nos encontrábamos cerca de un puente donde había un poste de teléfono y alguien pudo llamar a una ambulancia -ya sabes, no existían los móviles en aquel momento 😉
Nos sacaron del vehículo y una vez en la ambulancia, recuerdo sentarme cerca de uno de los hombres que recogimos, que permanecía postrado, derramando gran cantidad de sangre. A los minutos, murió. Y lo hizo por motivos aparentemente inofensivos… una leve contusión y un corte en el hombro. Yo en cambio, tuve la gran suerte de salvarme.
Aquello cambió mi vida completamente. Todas las elecciones que tomé después, se vieron influenciadas por este momento.

Me di cuenta de que no tenía tiempo para estar sacando sobresalientes para dentro de muchos años convertirme en doctora. ¿Cómo podía comprometerme con 10 años de estudio cuando podía no estar viva la próxima semana?
¿Te das cuenta cómo este pensamiento puede cambiarlo todo?
Persuadí a mi padre para que me dejara asistir a un internado que estaba bastante lejos, a unas 700 millas al norte de Suecia, que ofrecía clases de arte. Estudié allí durante un año, donde aprendí a imprimir serigrafía, cerámica y a fabricar joyas.
Después de aquello, durante la siguiente década, me sentí muy perdida. Estudié y practiqué para convertirme en enfermera, monitora juvenil, abrí y cerré una tienda artesanal, me fuí de Interraíl, cursé estudios de política y sociología, y me uní a una comuna en los páramos de Yorkshire, donde hice carpintería, reparaciones, y trabajé en una cooperativa. Con 25 años tuve a mi hija, Jude.
Claramente, era una chica muy aventurera y abierta a nuevas experiencias. Pero ¿estaba buscando algo con cada uno de esos cambios? ¿Me había reconocido a mí misma que quería ser artista?
No, lo cierto es que no. Yo no soñaba tan grande, no me atrevía. Ese sueño me parecía más allá de mis posibilidades.
Cuando me separé del padre de Jade, volvimos a Suecia, donde seguí probando distintos trabajos: como repartidora de correos, asistenta en teatros y taxista. Pero en todo ese tiempo, mi anhelo por convertirme en artista sólo creció.

Con 37 años volví a Inglaterra con mi hija, para estudiar y obtener un diploma nacional en la Plymouth College de Arte y Diseño, de donde me gradué en 1999. Mientras terminaba mi graduado en arte, en el que me especialicé en metalistería, trabajé como taxista, trabajo en el que continué durante los siguientes 20 años. Pero aún así, algo no estaba bien. Sentía que en mi vida faltaba algo.
Con aquellos estudios me di cuenta de que yo no era lo suficientemente buena porque no vendí nada en la fiesta de graduación. Y aquello fue tan doloroso, que lo dejé de lado.
Por eso continué conduciendo taxis y viajando siempre que podía para visitar museos, galerías de arte y fantásticos edificios. Hasta que uno de aquellos viajes cambió mi vida de nuevo.
En 2006 visité Indonesia y acudí a ver el templo budista Borobudur, que estaba repleto de esculturas en piedra. Ver aquellas obras me impresionó profundamente.
Indonesia me hizo darme cuenta de que de que yo sí podía hacerlo. Aunque a esa edad ya tenía 51 años y para entonces ya había probado prácticamente todo lo demás.
Decidí apuntarme a clases de escultura en Devon, especializándome en escultura en piedra. Gracias a ello me di cuenta de que la piedra era mi material favorito, después de haberlo probado todo. Continué conduciendo taxis, y si me llamaban para proponerme alguna carrera que supusiera suficiente dinero, dejaba la clase e iba a trabajar. Si no, no.
Con 63 años comencé a exhibir mis obras en Delamore Arts en Ivybridge, en Devon, donde vendí mi primera escultura.
Ya me he retirado de la conducción y puedo dedicarme al completo a crear esculturas en mi jardín, para después exhibir y vender las piezas. Y de vez en cuando exponen mis obras en distintas galerías de la ciudad.
Ahora estoy disfrutando del mejor momento de mi vida. Puedo hacer lo que me gusta y estoy feliz. He conseguido lo que siempre he querido.






Bibliografía: