Coco Chanel es la leyenda de Gabriel Bonheur Chanel, una mujer a la que apenas nadie conoció realmente, al menos, hasta pasada cierta edad. Sus humildes orígenes la avergonzaban, pero no le impidieron regodearse con la más alta sociedad de distintos países y desenvolverse en ambientes muy diferentes a donde fue educada.
Una mujer que después de fracasar en la búsqueda de cumplir su sueño de ser cantante, comenzó a diseñar sombreros para entretenerse.
Se atrevió a diseñar cosas nuevas, y gracias a su don de gentes -y amores-, constancia y mucha confianza en sí misma, Chanel consiguió crear un imperio en el sector de la moda que aún perdura años después de su muerte.
Aquí cedo mi teclado a la mujer que triunfó diseñando, a pesar de no saber dibujar:
«Me describen como una mujer ambiciosa, hiperactiva, inteligente, con intuición empresarial, con mal genio, exigente y perfeccionista en mi oficio. Algunos dicen que fui una visionaria y una líder nata. Otros, que era calculadora y oportunista, que me relacionaba con la alta sociedad para potenciar mi negocio.
Nadie me conocía realmente, salvo yo misma. Conocía muy bien mis puntos fuertes y mis debilidades, y me encargué de potenciar y hacer ver los primeros.
Empresarios poderosos y magnates me odiaban y despreciaban, pero a la vez estaban al tanto de todo lo que hacía para copiar todos mis movimientos.
Si quieres ser original, entonces espera a ser copiada.
Lo cierto es que la arrogancia está en todo lo que hago. Está en mis gestos, en la dureza de mi voz, en el brillo de mi mirada, en mi rostro vigoroso, atormentado.
Tuve muchos problemas y sufrí grandes cambios en mi vida, desde niña hasta anciana, pero siempre estuve más que dispuesta a afrontarlos y superarlos. Trabajé y aprendí a vivir inmersa en el cambio, con una actitud de aprendizaje constante.
Se triunfa con lo que se aprende.
Coco Chanel
Tenía muy claro dónde quería llegar en la vida y qué podía permitirme, consciente de mis limitaciones. Nunca me negué a mirarlas de frente. Utilicé mi imaginación, estilo propio y la inspiración para crear un gran imperio que a día de hoy es una de las compañías modistas con mayor facturación y prestigio del mundo.
También me ayudó la habilidad de comunicarme muy bien y expresar lo que mi marca necesitaba.
Nací en Saumur, un pueblecito que se encuentra en el Valle del Loira, en Francia, el 19 de agosto de 1883. Mis padres eran bastante pobres, ni siquiera se habían casado todavía a pesar de tener otra hija año mayor que yo. Mi madre era campesina y mi padre, se ganaba la vida como vendedor ambulante.

Mis abuelos maternos estaban consternados por la falta de proactividad de mi padre, quien no parecía querer casarse con mi madre a pesar de tener dos hijas suyas. Tuvieron que entregarle 5.000 francos para que aceptase el matrimonio, y así ellos poder desentenderse del bienestar de su hija.
Aquello fue decisivo para el desarrollo de mi vida, porque después de la boda nacieron 4 niños más que dejaron totalmente débil e incapacitada a mi madre. Murió con 31 años, exhausta por los continuos embarazos, su duro trabajo como campesina y la tuberculosis, tan común en la época.
Mi padre no iba a encargarse de nosotros, así que colocó a los varones en granjas y a las niñas, a educarse con las monjas. Así que a partir de los 12 años, crecí en el orfanato del monasterio de Aubazine, Corrèze, gestionado por la Congregación del Santo Corazón de María.
Allí recibí una estricta disciplina, y el aprendizaje de coser, bordar a mano y planchar. Además, decidieron añadir un sustantivo a mi nombre, “Bonheur” (felicidad) con la esperanza de que este me trajera la suerte que no había tenido hasta entonces.
Durante mi infancia sólo ansié ser amada. Todos los días pensaba en cómo quitarme la vida, aunque, en el fondo, ya estaba muerta. Sólo el orgullo me salvó.

Era tan orgullosa y sentía tanta vergüenza de mis orígenes, que desde los 17 años mentía a todos sobre ellos diciendo que provenía de una familia burguesa, que mi madre enfermó y mi padre había viajado a América dejándome a mí a cargo de unas tías insensibles. Incluso dije que tenía 10 años menos y que mi madre murió teniendo yo 2 en lugar de 12. Algunos dicen que hasta pagué a mis hermanos para que negaran que me conocían. Hacía lo que fuera posible por ocultar la falta de amor, de cariño y el hambre que sentí.
Me inventé mi vida dando por sentado que todo lo que no me gustaba tendría un contrario que me encantaría.
En aquel internado tan duro, al menos aprendí a coser y cuando cumplí 18 años me enviaron a otro internado religioso en la ciudad de Moulins, donde residían mis abuelos paternos. Allí coincidí con mi tía Adrienne, que apenas era dos años mayor que yo, y que se convirtió en mi amiga y cómplice.
Cuando salí del internado me prometí dos cosas: que nunca dependería de un hombre y que me haría rica.
Las dos encontramos empleo en una pañería como ayudantes de un sastre. Los hombres que iban a la sastrería coqueteaban con nosotras y nos invitaban al cabaret local, donde me sentí atraída por el mundo del espectáculo. Empecé a cantar sobre los escenarios de un café-concert de Moulins llamado «La Rotonde», convirtiéndome en una poseuse, una de las chicas que entretiene al público entre los cambios de vestuario de los artistas principales. Obtenía dinero pasando el plato entre el público y me daban lo que les parecía. Tenía un repertorio de canciones fijo, pero habían dos que nunca me faltaban: «Ko ko ri ko» y «Qui qu’a vu Coco?», tonadilla popular que narraba la historia de una muchacha que había perdido a su perrito Coco. Motivo por el cual empezaron a llamarme Coco.
Como intérprete irradiaba un encanto juvenil que fascinaba a los militares habituales del cabaret. Pero yo soñaba más. Quería ser cantante y vivir de mi voz y de la música.
En 1906 fui a Vichy, una ciudad donde muchos turistas iban a visitar sus maravillosas aguas termales, que cuenta con una gran cantidad de salas de concierto, teatros y cafés. Fui sin un franco para allá esperando encontrar el éxito como intérprete, y tuve que trabajar en Grande Grille, repartiendo vasos de agua mineral para mantenerme. Mis encantos juveniles y físicos impresionaron a quienes me realizaron las pruebas, pero mi voz de canto no era perfecta y al final, no encontré trabajo. Cuando la temporada de verano terminó, tras el fracaso, tuve que regresar a Moulins y a mi antiguo trabajo en «La Rotonde», desesperanzada y triste por no haber conseguido consagrarme como cantante.
No me gustaba mi vida en ese momento. Así que rehice mi vida.
Con 22 años conocí al oficial de caballería -y rico heredero textil francés-, Étienne Balsan, quien me arrancó de mi vida provinciana para vivir rodeada de lujos, ocio, fiestas y carreras de caballos.
Vivimos juntos durante 3 años en su castillo Royallieu cerca de Compiègne, una zona destacada por su bosque de senderos ecuestres y la vida de caza y polo. Conocer ese estilo de vida de riqueza me abrió la mente a ver que ese mundo era posible para mí y además, desarrollé mi carácter aprendiendo a comportarme en fiestas de alto prestigio. Aprendí que hay gente que tiene dinero y gente que es rica.
Y que el lujo es una necesidad que empieza cuando acaba la necesidad.
Me di cuenta de que algunas personas piensan que el lujo es lo opuesto de la pobreza. No lo es. Es lo contrario de la vulgaridad.
No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase.

Fue en esta época cuando comencé a confeccionar sombreros. Al principio lo hice para entretenerme, pero yo no quería depender de ningún hombre y sabía que algo tenía que hacer. Le cogí el gusto al diseño y logré convencer a Balsan para que me ayudara a iniciar un negocio comercial que fue muy bien acogido, especialmente entre los amigos de mis amantes. Galerías Lafayette también compró varias docenas de sombreros que yo misma había reformado.
Aquello me animó a seguir diseñando y lanzarme al mundo de la moda. Para dar a conocer mis diseños, me acostumbré a llevar mi ropa a las fiestas y a las carreras de caballos, donde llamaba la atención.
Mis conjuntos eran vanguardistas e innovadores. Nada visto en esa época. Muchas veces me vestía con pantalones de montar y poleras, que contrastaba con los vestidos elegantes e incómodos que llevaban el resto de mujeres. Aposté por la comodidad y elegancia, nada de corsés ni prendas opresoras, ni atuendos vulgares.
En 1909 me convertí oficialmente en fabricante de sombreros e inauguré una boutique que financió Balsan, en la planta baja de su departamento de soltero en el Boulevard Malesherbes de París.
Al año siguiente establecí mi casa de moda, Chanel Modes, en el número 21 de la rue Cambon en París. Mi carrera como sombrerera floreció cuando la actriz de teatro Gabrielle Dorziat utilizó mis modelos en la obra de teatro Bel Ami, dirigida por F. Nozière, y posteriormente en la revista Les Modes.
En 1908, me enamoré de uno de los mejores amigos de Balsan, el capitán inglés Arthur Edward «Boy» Capel, miembro rico de la clase alta inglesa. Comenzamos un romance mientras seguía siendo novia de su amigo. Aquella época fue muy intensa, tenía a dos caballeros pujando por mi pequeño cuerpo caliente.
Al final me fui con Capel, y nos instalamos en un apartamento en París. Era un hombre muy sensible al diseño y aprendí mucho de él, de sus cosas y de su gusto. Financió el resto de tiendas que fui abriendo (mientras lo necesitaba) y me inspiró en todo lo que hice después.
En 1913, abrí una boutique financiada por Capel en Deauville, donde introduje ropa informal de lujo orientada al ocio y al deporte. Diseñé los modelos con tejidos de bajo costo como el jersey y el tricot, usado hasta entonces en la ropa interior de los hombres.
Adiós al corsé y a las prendas que oprimían a la mujer sin permitirle moverse.
El lujo debe ser cómodo; de lo contrario, no es lujo.
Tenía una localización privilegiada en una calle de moda en el centro de la ciudad, donde vendía sombreros, chaquetas, suéteres y las denominadas marinières (camiseta de manga larga y de estilo marinero).
Mi hermana Antoinette, y tía (que era casi de mi misma edad) Adrienne Chanel, me ayudaron haciendo de modelo de mis diseños, transitando la ciudad a diario y dando paseos en barco para promocionar mis creaciones.
The New Yorker publicó: «Las damas de Deauville despertaron una mañana y descubrieron una diferencia impactante de elegancia entre su propia ropa y la moda Chanel».

Con el estallido de la guerra me di cuenta que los nuevos tiempos exigían un estilo mucho más deportivo y funcional, adaptado a las nuevas circunstancias.
Lo primero que hice fue suprimir el corsé del traje femenino, pero no me quedé ahí. Dos años después, introduje el punto, un tejido que hasta entonces no se había utilizado nunca en la alta costura. Gracias a él confeccioné el jersey, una prenda considerada más bien masculina, y después, la charming chemise dress, un vestido-camisa sin cintura ni adornos que realzaba el busto femenino para llevar perlas encima.
Siempre he pensado que una mujer debería ser dos cosas: elegante y fabulosa, pero ojo, la elegancia no consiste en ponerse un vestido nuevo. La elegancia implica renuncia.

En 1915 inauguré un nuevo local en una villa frente al casino de Biarritz, donde acudían clientes muy ricos, tanto españoles como de otras partes del mundo, gracias a que se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial. Al año, mis prendas aparecieron por primera vez en Vogue.
En 1918 abrí mi Casa de moda, en una propiedad situada en el número 31 de la rue Cambon, en uno de los barrios más elegantes y lujosos de París, con más 300 empleados que producían mis diseños. Al año siguiente me registré oficialmente como couturière (costurera). El negocio había tenido tanto éxito que decidí yo misma reintegrarle a Capel el dinero que le había prestado como inversión inicial.
A menudo, quienes alcanzan el éxito son los que ignoran que es posible fracasar.
A pesar de mis éxitos, nos vimos forzados a separarnos dado que él debía mantener su legado casándose con una mujer perteneciente a la aristocracia. Aún así, a pesar de estar casado, nunca dejamos nuestro romance. Continuamos juntos a pesar de su boda y así lo hicimos hasta su muerte en un accidente de coche en 1919.
Aquello fue devastador para mí. Mi corazón se rompió en mil pedazos.
Su muerte fue un golpe terrible para mí. Al perder a Capel, lo perdí todo. Tengo que decir que lo que siguió no fue una vida de felicidad.
Abatida por el dolor, comencé a utilizar prendas negras en señal de luto. Al poco tiempo diseñé el denominado «pequeño vestido negro» (la petite robe noire), que se presentó en 1926 y fue calificado por la revista Vogue como el «atuendo que todo el mundo usará».


El vestido negro, disponible solo en ese color, fue inmediatamente un éxito y ha sido el epítome de la elegancia sencilla desde entonces.
En 1921 inauguré una boutique de moda que ofrecía ropa, sombreros, accesorios y más tarde, joyas y perfumes. Fue este mismo año cuando creé mi logotipo, CC.
Una noche aparecí en la Ópera con el cabello corto, animando a las demás a hacer lo mismo. Nació así el estilo garçon.
Cuando tener una piel bronceada se consideraba un rasgo de la plebe, yo me expuse al sol para broncearme. E impuse también mi extrema delgadez, que fue fruto de las privaciones que supuso la guerra.
Otras creaciones mías fueron las faldas plisadas de estilo marinero, trajes de talle bajo, pijamas playeros, impermeables y lo mejor… los pantalones femeninos. Los trajes de tweed escocés con bisutería llamativa también eran míos, el zapato de punta redonda, el zapato de tacón bajo y el bolso con cadenas doradas en bandolera. Y la estrella de la firma: el traje de falda y chaqueta a juego, de manda larga, sin cuello y ribeteado.

Para los perfumes, colaboré con el famoso perfumista Ernest Beaux en la creación del primero, Chanel Nº 5, una mezcla única de aldehídos y sustancias florales, entre ellas el jazmín, destinado a terminar con los pesados polvos perfumados de las décadas precedentes. Se convirtió rápidamente en un éxito y en la primera en llevar el nombre de su diseñadora. Para diseñar la botella de cristal y darle la forma que tiene me inspiré en mi amado Capel.

A raíz del perfume empecé a tener serios problemas, puesto que, animada por Théophile Bader, el director de las famosas Galeries Lafayette Haussmann, me asocié con los empresarios judíos Wertheimer, dos hermanos dueñosde la casa Bourgeois, con quienes creamos la entidad corporativa Parfums Chanel. Pero al poco tiempo me di cuenta de que me habían estafado, dejándome con un escaso margen de beneficio del 10% de las ventas. Retiré mi participación en este acuerdo y luché durante más de 20 años para recuperar el control de esta compañía que llevaba mi nombre.
Por otro lado, la fama se me fue un poco de las manos y acudí a las drogas para emocionarme como lo hacía antes. Desde 1935, cada día me inyectaba tres dosis de morfina, costumbre que adopté hasta el final de mi vida. Algunas malas lenguas incluso dijeron que me apodaron Coco porque daba las mejores fiestas de cocaína del país. Por supuesto que lo hacía, pero no era el motivo de mi apodo, como te conté antes.
La gente decía de mí que tenía genio, ingenio letal, sarcasmo y destructividad maníaca, y que precisamente esto era lo que intrigaba y, a la vez, consternaba a todo el mundo.
Una de las amigas que tenía en 1923, Vera Bate Lombardi (al parecer, hija ilegítima del marqués de Cambridge) me abrió la puerta a los más altos niveles de la sociedad británica. Allí conocí a otro de mis amantes, el duque de Westminster, Hugh Richard Arthur Grosvenor, al que llamábamos cariñosamente «Bendor» y con quien estuve unos 10 años. A través de él incluso conocí a Winston Churchill, quien me definió como una «mujer de personalidad fuerte, muy capaz y agradable», y nos hicimos amigos de por vida.

Muchos me preguntaban por qué no me casaba con el duque. Yo huía del matrimonio porque para mí era la pérdida de tu identidad como mujer. Ha habido muchas duquesas de Westminster. Chanel hay una sola.
Tuve más amantes… No sé por qué las mujeres se interesan por tener aquello que tienen los hombres, cuando una de las cosas que las mujeres tienen es a los hombres.
La coquetería es el triunfo del espíritu sobre los sentidos.
Durante el crack del 29 las ventas tuvieron una caída. Ni siquiera reduciendo los precios conseguía remontar la firma, así que tuve que cerrar salones y tiendas y despedir a la mitad del personal. Por aquél entonces tuve la suerte de conocer a Samuel Goldwyn, un productor de cine, que me ofreció 1 millón de dólares por diseñar el vestuario de las estrellas de la MGM dos veces al año en Hollywood. Acepté y me marché a Estados Unidos, donde diseñé vestidos para varias películas. Además, actrices como Greta Garbo y Marlene Dietrich se convirtieron en clientas privadas.

Pero me pareció un mundo infantil y fuera de la realidad. Hollywood es la capital del mal gusto… y es vulgar. Seguí diseñando para el cine, pero sólo para producciones francesas.
Y si bien mi empresa había remontado hasta contar con 4000 empleados y 28 000 unidades de venta anuales en 1935, a partir de entonces volvió a ser un momento muy duro porque comencé a ser criticada por la prensa y por la llegada de una diseñadora rival, Elsa Schiaparelli.
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial cerré de nuevo todas mis tiendas, pero mantuve abierta la que se encontraba en el número 31 de la rue Cambon con solo los perfumes y accesorios que me quedaron disponibles. No era momento para la moda, así que despedí a más de 3000 empleados. Ya no podía pagarles.
Todo empeoró cuando algunos observaron indicios en mis creencias políticas de una posible aversión por los judíos y los homosexuales, algo que decían que aprendí en mis años en el convento y de las élites sociales con las que me juntaba. Incluso tuve un romance con un alemán que me permitió pasar la guerra hospedada en el Hotel Ritz de París, el lugar preferido de residencia de los oficiales militares alemanes de alta jerarquía.

Intenté utilizar los beneficios que se concedían a la raza “aria” para adueñarme de la empresa Parfums Chanel que siempre consideré que me habían robado los Wertheimer, unos judíos. Alegué que habían abandonado la empresa y que me correspondía por derecho. Añadí que las ganancias que había recibido de mis creaciones desde la fundación de este negocio fueron desproporcionadas, y la situación del momento me permitía solucionar parte de los perjuicios que había sufrido en el curso de aquellos 17 años desde que se fundó.
Pero no contaba en que estos dichosos hermanos se habían adelantado a las medidas nazis, y habían otorgado antes el control de la compañía a Félix Amiot, un industrial cristiano y hombre de negocios francés. Cuando terminó la guerra, Amiot les devolvió el control. Nadie me ayudó a recuperarla porque mi afiliación con los nazis en los tiempos de guerra dañaba seriamente mi reputación y el estatus de la marca.
Por esta razón, para que la marca no decayera, a ninguno nos interesaba que se descubriera lo que las malas lenguas decían de mí. Tampoco a los Wertheimer, puesto que la destrucción de mi imagen arruinaría su negocio.

Al final llegamos a un acuerdo por el cual renegociamos por fin el contrato original de 1924. El 17 de mayo de 1947, recibí las ganancias de las ventas del Chanel N.º 5 en tiempos de guerra, en una suma equivalente a 400 000 dólares. A partir de ese momento mi beneficio económico fue enorme y mis ingresos rondaron los 25 millones dólares anuales. Convirtiéndome en una de las mujeres más ricas del mundo.
Además, Pierre Wertheimer acordó una disposición inusual que propuse yo misma, por la que aceptó pagar todos mis gastos —desde los triviales a los más costosos— durante el resto de mi vida.
En realidad nunca pudieron definir si estaba en contra o a favor de la guerra, de los judíos o de los homosexuales. Me encargué de ser muy contradictoria. Todo lo que hacía era una paradoja. Por un lado, hice comentarios antisemitas que me mantuvieron a salvo. Sin embargo, uno de mis mejores clientes era judío, como los Rothschild, y de hecho, mi socio en el negocio era judío, y continuó siéndolo después de la guerra. También comenté maldades contra los homosexuales, pero yo misma mostraba deseos lésbicos.
En septiembre de 1944, me llamaron para ser interrogada por un Comité de Depuración de las Fuerzas Francesas del Interior. Como no tenían ninguna evidencia de mi actividad como colaboradora nazi, se vieron obligados a liberarme después de 3 horas. Sé que de haber llegado a ser condenada, mi amigo Churchill me habría liberado.

Todo lo hice por protegerme. Hablé poco de mí misma y fui lo suficientemente ambigua para que ninguno de los dos bandos tuviera nada en contra de mí. No es fácil mantener la neutralidad en una posición tan poderosa como la mía, pero es vital para sobrevivir.
Lo cierto es que una gran cantidad de personas no desea que la emblemática figura de Gabrielle Coco Chanel, una de las grandes ídolos de Francia, fuera destruida. Esto es definitivamente algo que mucha gente hubiera preferido dejar a un lado, como dijo el escritor y periodista Hal Vaughan en las biografías que escribió a mi costa.
Especialmente después de la guerra, el sector de la moda empezó a llenarse de hombres que querían vivir de él. Se escuchaban nombres como Dior, Balenciaga, Robert Piguet y Jacques Fath, que traían looks muy diferentes.

Yo estaba convencida de que las modistas nos uniríamos para revelarnos contra la estética «ilógica» de estos diseñadores masculinos, que lanzaban prendas con fajas en la cintura, sujetadores con relleno, faldas pesadas y chaquetas rígidas. ¡Cómo se notaba que ellos no lo habían probado jamás en sus carnes!
Con más de setenta años y después de una ausencia de quince, la rabia que sentí por estas creaciones me obligó a reincorporarme al mundo de la moda. Y también lo hice porque me aburría, como le dije a mi buena amiga Marlene Dietrich.
Y aquí mi vida sí que se llena de ironías:
El restablecimiento de mi casa de alta costura en 1954 fue financiado por mi viejo enemigo Pierre Wertheimer.

Mi nueva colección no fue bien recibida por mis amados parisinos, que sintieron que mi reputación había sido dañada por mi relación con los nazis durante la guerra. Mis nuevos trajes tweed y vestidos simples fueron calificados por muchos críticos europeos como «pasados de moda».
Sin embargo, mis modelos tuvieron una alta aceptación en Reino Unido y Estados Unidos, donde forjé nuevos clientes. La revista Vogue me definió como «la gran revolucionaria» y una «rebelde solitaria de la moda». Las actrices Elizabeth Taylor, Grace Kelly y Rita Hayworth, que vivían en un mundo que yo había criticado años atrás, fueron las primeras personalidades en utilizar mis nuevos modelos.
En 1957, recibí el premio Neiman Marcus Fashion por parte de Stanley Marcus como reconocimiento a la «diseñadora más influyente del siglo» y en 1959 fui designada miembro del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
La moda no es algo que solo exista en los vestidos. La moda está en el cielo, en las calles. La moda tiene que ver con las ideas, con la forma en que vivimos, con lo que está sucediendo.

Durante toda mi vida, mis capacidades económicas me permitieron pagar y abonar muchas de las deudas y dificultades de mis amigos. A veces incluso lo hacía de forma anónima. Pero los últimos años de mi vida me convertí en una persona muy tirana y me aislé del mundo. Tenía algunos amigos y confidentes, incluso contraje amistad con antiguos rivales con quienes ahora compartía los recuerdos de un pasado mejor.
A lo largo de tu vida, mantén la cabeza, los tacones y los principios altos.
En 1971 había enfermado de artrosis, (que de mayor, algo hay que tener) y mi adicción a la morfina me complicó un poco las cosas. Aun así, continuaba mi rutina de trabajo diaria, preparando los siguientes diseños y catálogos.
No hay nada peor que la soledad. Puede ayudar a un hombre a realizarse, pero a una mujer la destruye.
En la tarde del sábado 9 de enero me fui a dar un largo paseo con una amiga y al regresar al Hotel Ritz de París, donde vivía, me sentí mal y me dirigí a mi habitación temprano. Fallecí al día siguiente, con 87 años, como consecuencia de un ataque cardíaco. Dicen que mis últimas palabras fueron: «Bueno, así es como uno se muere».
Mi funeral se llevó a cabo en la Iglesia de la Madeleine y mis modelos ocuparon la primera fila en la ceremonia. Mi ataúd fue cubierto con flores blancas (camelias, gardenias, orquídeas, azaleas) y algunas rosas rojas.
Y ¿sabes qué? Nunca aprendí a dibujar, ni hacer bocetos. Creaba mis diseños sobre las propias modelos.
Un vestido bonito puede quedar bien en una percha, pero eso no significa nada. Necesita ser visto sobre los hombros, con el movimiento de los brazos, las piernas y la cintura.
Así que puedo afirmar con total rotunidad, que el quiere algo, encuentra la forma de hacerlo.
Solo vives una vez. Haz que sea divertido.
Gabrielle Bonheur Chanel










BIBLIOGRAFÍA
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