Hoy te cuento una historia un poco diferente. Si bien es hermoso ver la seguridad y confianza con la que Geneviève se desenvolvió en su vida, gracias a saber lo que no deseaba en su vida, resulta enternecedor ver el impacto que esa actitud puede llegar a tener sobre la vida de personas casi desconocidas para ella.
Aquí te dejo su historia…
Nací el 1 de julio del año 1942 en Montréal (Québec, Canadá). Pasé mis primeros 20 años en un colegio muy estricto, regido por monjas que dejaban muy poco margen a la creatividad y a la autoexpresión. Sólo podíamos hablar en público para dar discursos frente a los clérigos cuando venían de visita…
Por aquel entonces me sentía dentro de un largo y oscuro túnel, tratando de convencerme a mí misma que si algún día podía salir de ahí sólo avanzaría hacia la luz.
Mi ticket de salida llegó cuando me pillaron leyendo una novela prohibida, ¡me expulsaron sólo por leerla! Gracias a esa “aparente desgracia”, pude inscribirme en el Conservatorio de Arte Dramático de Montreal, gratuito en aquel entonces.
Allí me enseñaron el arte del drama según el clásico estilo francés y, al poco tiempo de graduarme, me ofrecieron un papel en una producción profesional de Beaumarchais, llamada “El Barbero de Sevilla” en 1965. Mientras hacía un tour por París con otra compañía de Montreal, la madre del director Alain Resnais me vio en una obra y le habló de mí a su hijo. Él me hizo el casting para la que sería mi primera película, “La Guerra ha terminado” en 1966.
Aquella experiencia me abrió la puerta a rodar otras dos películas más en París, “Rey de corazones” y “El ladrón de París”. Me mantenía muy activa también en la televisión canadiense, donde conocí a mi primer marido, Paul Almond, con el que tuve mi primer hijo, Matt, hoy también actor y director. Nos divorciamos en 1974. Más tarde conocí a mi compañero de vida, Dennis Hastings, con quien tuve a mi segundo hijo a mis 37 años.
Interpreté muchos personajes, como Ana Bolena en una producción para Hollywood en “Ana de los mil días”, quien me introdujo en los hogares americanos, y me ayudó a ganar muchas nominaciones a Emmys y Óscars a partir de ese momento.
Justo cuando terminé de rodarla, aún bajo el contrato con Universal, renuncié a otra película sobre María, la reina de Escocia, porque el papel suponía volver a hacer lo mismo otra vez. Era el mismo productor, el mismo director, el mismo vestuario.. la misma yo. Y yo quería cambiar y crecer.

Confieso que amo la cámara. Cuando no la siento sobre mí, no me siento del todo viva. Un papel me enseña algo cuando consigo encontrar la valentía de hacer aquello que me da miedo, me ayuda a superar mis temores más terribles. Por eso no quería repetir de nuevo un papel similar, quería superarme, aprendiendo con nuevos personajes.
Geneviève Bujold
El estudio me demandó pidiéndome 750.000$ por los daños de mi renuncia, pero yo, que nunca soporté que me coaccionaran ni que nadie se creyera dueño de mi libertad, me fui a Grecia a filmar “Las troyanas” con Katharine Hepburn. Mi trabajo en esta película fue muy bien valorado, incluso como algo virtuoso. La crítica Pauline Kael me etiquetó como una actriz prodigio. Decían de mí que interpretaba con una mezcla de intensa ferocidad e infantil vulnerabilidad. No me gusta intelectualizar mi estilo de interpretación, no me siento a estudiar las hojas de un guión una y otra vez. No me importa si la época de la historia es contemporánea o de hace 300 años, los seres humanos somos todos parecidos. Lo principal es actuar de forma honesta, sentir la humildad y llegar a la esencia del personaje. No puedes darle nada al personaje si no lo siente en sí mismo.
Para calmar el enfado de Universal volví a Hollywood para filmar Terremoto, que fue un éxito de taquilla. Vinieron algunas más, entre las que se encuentra Fascinación (Obsession como título original).
En esa película, que salió en 1976, sucedió algo que te quiero contar. El actor principal era Cliff Robertson, un insulso e inexpresivo profesional y una desagradable persona, con quien me resultó muy difícil trabajar. Teníamos que realizar escenas de amor y desamor, y no había manera de ver pasión ni encaje entre nosotros. Me quejé en considerables ocasiones al director, Brian de Palma, que no podía hacer nada por cambiarlo.

Me sentía enfadada y harta de la situación, pero esta frustración se alivió cuando escuché la bellísima banda sonora que había creado su compositor, Bernard Hermann, a quien no conocía en persona. Una melodía hermosa y romántica, que removió todas las fibras de mi ser cada vez que sonaba. No podía guardarme tales emociones para mí, así que un día decidí ir a los estudios de grabación para decírselo en persona. Le puse en contexto en cuanto a mis problemas con Cliff, como el de que se pasaba todo el día en la sala de maquillaje y no se involucraba en las escenas de sexo, que no eran escenas emocionantes y que no saldría nada bueno.
Y entonces añadí “Cliff no me hace el amor, pero Sr. Herrmann, usted me ha hecho el amor con su música”. Me sorprendió ver cómo Bernard rompió a llorar. Sé por amigos en común que quedó profundamente impactado, y que desde aquel momento (el único en el que los dos coincidimos), llevó en su cartera una foto mía que le acompañó hasta su muerte, un año después. Fue su mujer quien la encontró cuando estaba poniendo en orden sus pertenencias.

El señor Herrmann ganó una nominación póstuma al Óscar por tan impresionante creación, y aunque esto no lo llegó a saber, creo que murió con cierta alegría, con la satisfacción y certeza de que había creado algo hermoso. Es increíble cómo una sencilla muestra de amor puede impactar a una persona, hacerle bien, animarle y marcar su existencia…
Así que mi consejo para la vida es que muestres el amor que sientes, todo el que tengas dentro. No sabes cuánto bien puedes llegar a hacer con él. Nunca habrá una consecuencia negativa que surja de las palabras dichas con amor.

Conforme me fui haciendo mayor, con 71 años todavía en activo, llegué a una conclusión donde me hubiera gustado llegar antes. No quiero hacer más cosas que no quiero hacer. Prefiero vivir de forma modesta, que no me vea forzada a trabajar por pagar mis caprichos, y no poseer nada. Simplemente no hago nada que no sea esencial. Y es así, porque me he dado cuenta del secreto de la vida: todos los adornos externos son menos importantes que darte a ti mismo el regalo del tiempo.




*Historia escrita por Ana Fuentes.
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