¿Te gusta correr?
Yo admito que nunca me gustó hasta que llegó la pandemia… Gracias a encontrar a la entrenadora adecuada, que organiza perfectamente mis rutinas y que sabe cómo gestionar los entrenos para que sean variados y que notes una progresión, le he encontrado el gusto y es algo que ahora disfruto mucho 🏃🏼♀️💜
Qué bonito es que hoy en día, seas hombre o mujer, puedes correr, apuntarte a maratones e incluso hacer ironmans.
Pero esto no fue así siempre. Es una consecuencia derivada del esfuerzo de muchas mujeres, que aportaron su granito de arena para conseguir que hoy puedas apuntarte a una carrera popular sin temer que nadie te eche por tu sexo.
Kathrine Switzer es una de esas mujeres que tuvo claro desde bien joven que su propósito vital era acercar el deporte al sexo femenino y conseguir la igualdad en este aspecto tan importante para nuestra salud y calidad de vida.
Gracias a su fuerza, su reivindicación, su determinación desde pequeña, y junto al apoyo de otros hombres como su padre, su entrenador y su pareja, consiguió ser la primera mujer en terminar una maratón con un dorsal sobre su pecho y espalda.
Se demostró a sí misma, a su entrenador y al mundo que, lejos de los estereotipos y las palabras de “expertos”, las mujeres estamos capacitadas para hacer una maratón.
Hoy le cedo mi teclado a Kathrine para que sea ella misma quien te cuente su historia, y te anime a sumarte a este deporte (o a cualquier otro, ¡lo importante es que lo disfrutes!):
«Nací en Amberg, en Alemania, el 5 de enero de 1947, pero después mis padres y yo nos mudamos a Estados Unidos.
Mi nombre debería haber sido Katherine, pero mi padre se equivocó al deletrear en el registro. En lugar de decir “Katherine”, se dejó una e y mi nombre quedó como “Kathrine”. Como nunca me gustó especialmente y todo el mundo lo confundía con el nombre correcto, me acostumbré desde niña a utilizar mis iniciales.
Corría desde niña, fue una pasión que vino de lejos. Empecé a hacerlo en el jardín de mi casa con 12 años, y poco a poco, fui aumentando las distancias y recorriendo la ciudad.
Recuerdo que cuando era niña, durante los años 50, deseaba ser animadora. Me gustaba tanto el deporte que mi aspiración era animar a otros a correr y a ganar partidos. Pero mi padre, Amy Col W. Homer Switzer, me dijo un día: “Tú no tienes que animar a los demás. Los demás tienen que animarte a ti”. Me sugirió que me apuntase a hockey y que entrenase para correr una milla cada día.
Aquella frase, sus ánimos y su confianza en mí, tuvieron una influencia tan fuerte en mi vida, que estoy convencida de que sin sus ánimos, hoy yo sería otra persona.
Siguiendo sus consejos, durante el instituto me apunté a hockey y a baloncesto, a la par que trabajaba en el períodico del colegio. De mayor quería ser periodista. Por lo que te he comentado antes de mi nombre, solía firmar con mis iniciales, como “K.V. Switzer”, porque me encantaban los autores como J.D Salinger y E.E Cummings, y porque me facilitaba la vida no tener que deletrear el nombre.
Después de graduarme en el instituto Marhsall en 1964, me matriculé en la Universidad de Lynchburg. Allí continué jugando a hockey y corriendo. No había ningún equipo de mujeres, pero el entrenador del equipo masculino me vió entrenando cerca del campus y me reclutó a mí y a otra mujer para correr una milla en las reuniones de varias Ligas de Atletismo (conocidas como Dixie Conference).
En 1966 me surgió la oportunidad de trasladarme a la Universidad de Syracusa, en Nueva York, cuya escuela de comunicación cuenta con un gran prestigio.
Un día, por esas casualidades de la vida, hablé con un voluntario de una de las carreras, que me contó todo sobre su experiencia en la maratón de Boston y sobre lo que había significado para él superar aquel reto. Me afirmó con rotundidad que conseguirlo le había cambiado la vida. Me maravilló tanto todo lo que me dijo, que consiguió que me picara el gusanillo del deseo. Me propuse hacer lo mismo.
Mientras tanto, continué escribiendo para el periódico de la Universidad, y me crucé con una historia que me dejó muy impresionada. Era la de una mujer que se coló en la Maratón de Boston de forma extraoficial, sin dorsal, y la completó en un tiempo muy bueno.
Aquello me hizo pensar. Me marcó que tuviera que hacerlo así, colándose, sin poner su nombre y sin llevar ningún número encima… ¿Por qué una mujer no podría correr una maratón?
Coincidí en aquellos tiempos a un hombre que fue clave en mi historia. Él yudaba a entrenar al equipo de Cross-Country masculino. Su nombre era Arnie Briggs.
Como mujer, no se me estaba permitido federarme, correr en los eventos junto a hombres ni competir en sus equipos, pero sí podía entrenar con ellos, así que me apunté en su equipo.
Le dije a Arnie que yo quería correr el maratón de Boston, y él me dijo sin titubear: «las mujeres no pueden correr el maratón de Boston”
Y era cierto que si yo hablaba con amigas o mujeres de otras zonas del país, ellas mismas no entendían que tenían tal capacidad. Temían que se les agrandaran las piernas, que les saliera un gran bigote, que el útero se cayera… Esa clase de miedos que se tienen ante el desconocimiento.
Respondí fieramente ante la respuesta que me dio Arnie y discutimos. Terminamos la conversación con él diciéndome «Si puedes mostrarme en la práctica que puedes correr la distancia del maratón -26 millas y 385 yardas (algo más de 42 kilómetros)-, seré la primera persona en llevarte”.
Acepté y a lo largo de los días, salimos a correr. Un día corrimos 31 millas (49 kilómetros) y cumpliendo su palabra, aquel mismo año me inscribió en la carrera.
Me dijo: «No hay nada sobre género en el reglamento y no hay nada sobre género en el formulario, así que podemos hacerlo”.
Yo le dije: «bien, ok». Pagué los US$2 y me inscribí con la que era mi firma en el periódico, mis iniciales. No tenía ninguna intención de ocultarme, porque no pensé que estuviera haciendo nada malo. Simplemente usé las siglas porque era mi manera de firmar en mis trabajos como periodista. Aquello permitió que los organizadores no dudaran de que fuera un hombre, aceptaran mi candidatura y me dieran el dorsal número 261.

19 de abril de 1967. El día del Maratón de Boston.
La mañana del Maratón fue increíble. Estaba nevando y llegaba un terrible viento de frente. Yo llevaba puesta una camiseta muy bonita que quería exhibir durante la carrera, pero hacía tanto frío que no fui capaz de quitarme la sudadera que llevaba encima.
Los oficiales nos acomodaron a todos en la línea de salida. Yo les miraba nerviosa, esperando que me dijeran algo, pero ninguno se fijó en mí. Pensé que no habían dado importancia al hecho de que fuera una mujer, así que le dije a Arnie: «Tenías razón, no hay problema». Y él respondió: «Te dije que no habría problema».
Lo cierto es que todo el mundo iba vestido igual, abrigados con sacos calientes y anchos, así que, en realidad, nadie se dio cuenta de que yo era una mujer.
Cuando comenzamos, las primeras dos millas fueron fantásticas. Pero en el momento en que la prensa me vio, se volvieron locos. «¡Una chica en la carrera! ¡Tiene un número!», gritaban mientras nos tomaban fotos.
Nosotros respondimos saludando con la mano, ya que parecía simplemente un instante mediático.
De repente escuché detrás de mí el sonido de unos zapatos de cuero, que claramente no eran zapatillas para correr. Ladeé la cabeza como pude y vi a un hombre de mirada furiosa. Era Jock Semple, el codirector de la carrera,
Me tomó por los hombros y me empujó hacia abajo, tratando de quitarme el número del pecho. «¡Sal de mi maldita carrera y entrégame esos números!», me gritó.

Fue aterrador. Me asusté, pero aún así seguí corriendo. Acto seguido, mi novio lo agarró y lo sacó fuera de la carrera, ayudado por otros corredores, que continuaron cerca de mí durante toda la prueba para ayudarme.
Por suerte, un periodista captó la escena en una serie de fotografías, que años después la revista Life Magazine declaró como una de las “100 Fotografías que Cambiaron el Mundo”. Captar aquel momento fue de gran ayuda para poner de manifiesto esta realidad en el mundo y acabar con ella. Pero eso es algo que sabríamos mucho tiempo después.

En aquel instante, Arnie, que seguía a mi lado, me preguntó si quería parar. Mi respuesta fue: «Tengo que terminar esta carrera, así sea sobre mis manos y mis pies, porque si no la termino nadie creerá que las mujeres pueden hacer esto, que las mujeres deben estar aquí».
Continué corriendo hasta más o menos la milla 21 enfadada “¿Por qué narices una mujer no podía hacer esta carrera? ¿Por qué no va a poder correr una mujer?” No lo entendía. A partir de un momento, dejé salir mi enfado y simplemente disfruté del resto de la carrera. Uno no puede correr mucho tiempo si está enfadado. Es mejor dejarlo ir.
Llegué a la meta a las 4 horas y 21 minutos, con el pleno convencimiento de que había descubierto mi propósito de vida, y con una sensación de plenitud por haber completado mi primera maratón bajo las circunstancias más difíciles: frío, nervios y hombres intentando entorpecérmela por el hecho de ser mujer. Después de esta prueba, nada más en mi vida sería tan duro.
Gracias a mi determinación, a mi entrenador y a los que me apoyaron en ese momento, pude demostrar que las palabras de “expertos” y el estereotipo de que “las mujeres no estaban capacitadas para hacer una maratón” era un mito. Cinco años más tarde de esta histórica carrera, se permitió oficialmente a las mujeres inscribirse y competir en la maratón de Boston.

Sabemos que el motivo por los que Jock intentó detenerme fue porque cualquier tipo de incidente podría provocar la pérdida de los permisos para celebrar el Maratón.
Hubo otra mujer corriendo la Maratón aquel año, Bobbi Gibb, quien además terminó antes que yo. Pero ella no tuvo problemas porque lo hizo sin dorsal. Incluso ella también corrió el año anterior, siempre sin dorsal.
Aquella carrera significó un mundo para mí y pienso que también para el propio mundo. Supuso el inicio del resto de carreras a los que seguiría apuntándome, y los triunfos que iba a obtener a partir de entonces.
Además, muchas mujeres se sintieron identificadas conmigo. Se olvidaron del “tú no vales”, del “eres débil”, de “las mujeres no pueden”, del “esto no es lo vuestro” y salieron a correr.
A partir de aquél momento, yo continué corriendo. Me apunté y gané la maratón de Nueva York en 1974, y en el año 1975 quedé segunda en el de Boston, con mi mejor marca: 2 horas, 51 minutos y 37 segundos. He hecho más de 35 maratones.
Decidí dedicar mi vida a fomentar la igualdad de género en el deporte y la afición por el atletismo. Organizamos más de 400 carreras en 27 países, y usamos las estadísticas de esos eventos para hacer lobby ante el Comité Olímpico Internacional, hasta que logramos incluir a la modalidad de maratón olímpica femenina en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984.
Durante años estuve recorriendo federaciones, organizando competiciones para mujeres en varios países del mundo, rompiendo mitos sobre que somos el “sexo débil”, motivando a las mujeres para creer en ellas mismas, en su valía y en sus capacidades.
Sabemos que si logramos empoderar a las mujeres, podemos hacer cualquier cosa.
En mi faceta como periodista, he escrito varios libros y he sido comentarista de televisión.

Pero lo que más me llena es cumplir con mi propósito de vida. Mi pasión por apoyar a las mujeres a encontrar la felicidad y su poder interior a través del ejercicio.
Con el objetivo de cumplir con esta misión, fundé junto a la corredora Edith Zuschmann, la organización ‘261 Fearless’. Se trata de una ORG global sin ánimo de lucro, donde trabajamos para crear oportunidades para las mujeres, impulsando su inclusión en el deporte junto con programas educativos. Enseñamos unos hábitos de carrera saludables, ayudamos a encontrar el amor y el disfrute al realizar actividad física, y contribuimos a desarrollar y mantener la habilidad de practicar ejercicio (porque es algo que se debe practicar).
Todas estas facetas las he afrontado siempre bajo el mismo lema que me ayudó a terminar mi primera carrera: “Siente el miedo y hazlo igualmente”.
El número 261 con el que corrí aquel día, se ha convertido en todo un símbolo de igualdad, de inspiración, motivación y empoderamiento. Hoy se puede ver en murales, carteles, manifestaciones, e incluso, tatuajes. A mis 70 años incluso,volví a completar la maratón de Boston, 50 años más tarde de su primera maratón, llevando mi dorsal 261.








Bibliografía