Mary Shelley, la madre de Frankenstein

Conocida por ser considerada la autora de la primera historia moderna de ciencia ficción, Frankenstein

Una mujer libre, que se forjó una vida como ensayista, narradora y editora. Desde siempre tuvo claro que su camino eran la escritura y los libros, y a pesar de que vivió con dificultades económicas para mantenerse, siempre fue tomada en serio como escritora, a excepción de los críticos que despreciaban los rasgos políticos presentes en sus obras.  

Su pasión por leer y escribir la salvaron de sumirse en profundas depresiones por las pérdidas que le tocó afrontar.

En sus novelas, Mary cuestionó las instituciones políticas y teológicas establecidas en su época del siglo XIX, mostrando sus valores y empleando protagonistas femeninas, un recurso innovador por aquel entonces.

Se centró en el papel de la familia en la sociedad y en el rol de la mujer. Hace notar “las características afectivas y compasivas propias de las mujeres” asociadas con la familia y sugiere que la sociedad civil no funcionaría bien sin ellas. Se mostraba profundamente comprometida con la cooperación, la dependencia mutua y el sacrificio propio.

Su novela más famosa, el fracaso de Victor Frankenstein como “padre” representa la expresión de la ansiedad que la acompañó en sus embarazos, al hecho de dar a luz y a la maternidad en sí misma. Sufrió la muerte de 3 de sus 4 hijos y la de su propia madre al darle a luz, decesos de los que siempre se sintió culpable.

A pesar de que hoy día Frankenstein es considerada un clásico, recibió muchas críticas negativas cuando la publicó, y hoy es reconocida como una artista adelantada a su época. Si bien esta es su novela más conocida,  la de El último hombre (1826), que narra la futura destrucción de la raza humana por una terrible plaga, es la que está considerada lo mejor de su producción.

Pero no me adelanto más y aquí dejo que ella te cuente su historia sobre compromiso con su pasión, sufrimiento por la muerte de sus seres queridos y valentía al afrontar todos los obstáculos que se antepusieron en su camino


Nací el 30 de agosto de 1797, en Somers Town, Londres, bajo el nombre de Mary Wollstonecraft Godwin. Mi padre, William Godwin, era un reconocido periodista, filósofo y novelista; y mi madre, Mary Wollstonecraft, también filósofa y escritora feminista. Aunque heredé sus genes y su pasión por la escritura, sólo pude aprender de sus escritos, pues falleció al darme a luz. 

Somers Town en 1947

Mi hermanastra Fanny Imlay y yo, nos educamos con mi padre, que cuidó de nosotras desde que nací, a pesar de que ella era hija de otro noviazgo de mi madre con el americano Gilbert Imlay (un oficial de guerra, hombre de negocios y escritor). 

Mi padre fue un gran ejemplo de aprendizaje para mí, porque no sólo cuidó de la hija de mi madre como si fuera suya, sino que además se encargó de publicar la obra Memorias de la autora de Una Vindicación de los Derechos de la Mujer (1798), como un tributo de añoranza hacia ella. 

Este texto además, no era en absoluto inocente. Revelaba los amoríos que tuvo mi madre y la existencia de su hija ilegítima, así que la obra fue etiquetada como escandalosa.

Creo que a él le fascinaba este lado salvaje y rebelde de mi madre, y yo aprendí ese cariño y amor a pesar de sus aventuras con otros hombres (con lo poco aceptada que era esta actitud a comienzos del siglo XIX). 

Yo leía los escritos autobiográficos y los libros de mi madre continuamente, obras que se asentaban sobre teorías políticas liberales. Mi padre también se ocupó de educarnos en estas mismas opiniones, a través de una educación muy informal y variada. Aprendíamos también de sus amigos, poetas, filósofos y pensadores que querían enseñarnos a utilizar la mente para pensar. Leía mucho, libros sobre la antigua Roma y Grecia en su lengua original. Podría decir que recibí una educación avanzada para una niña de mi época.

Mary Godwin

A pesar de la muerte de mi madre y del posterior matrimonio de mi padre con una mujer a la que sus amigos y yo detestamos, crecí feliz en ese ambiente de cultura y conocimiento. Mi padre me animaba a escribir cartas y mi ocupación favorita, ya siendo niña, era componer historias.

Nuestra madrastra, Mary Jane Clairmont, no nos lo puso fácil a mi hermanastra y a mí, pues llegó con dos hijos de un matrimonio anterior a los que siempre favorecía por encima nuestra. Nunca se separó de mi padre y estuvieron juntos hasta el final de sus días, así que no nos quedó otro remedio que aceptarlo. 

No íbamos muy bien de dinero. Los escritos de mi padre no vendían, y aunque formaron una editorial él y su mujer, ésta no terminó de tener éxito y se endeudaron. Fueron sus amigos filósofos quienes le salvaron de la cárcel pagando sus deudas.

Con 15 años, mi padre decía que era una mujer “singularmente valiente, un tanto impetuosa y de mente abierta. Contaba a sus amigos que mis ansias de conocimiento eran enormes, y mi perseverancia en todo lo que hace era casi invencible. Sé que estaba orgulloso de mí, y deseaba que creciera como filósofa, o incluso como escéptica. 

En junio de 1812 para mejorar mi educación, mi padre me envió a Escocia, a casa de un amigo suyo, el radical disidente William Baxter, con su mujer y sus cuatros hijas. Fue allí donde imaginé mi libro Frankenstein, bajo los árboles que rodean la casa, o en las desiertas laderas de las montañas cercanas. Allí tuvieron lugar mis primeras ideas genuinas y los primeros vuelos de mi imaginación.

Con 17 años conocí al amor de mi vida, Percy Shelley. Un aristócrata casado, de 22 años que creía en los derechos de las personas más humildes y regalaba su dinero a obras de caridad. Su familia trató de retirarle el dinero para impedírselo, hasta que heredó la finca y pudo disponer como quisiera. A pesar de que era un compañero de partido de mi padre, él desaprobaba nuestra relación, así que teníamos que vernos a escondidas. Siempre nos citábamos frente a la tumba de mi madre. Sé que a ella le hubiera gustado porque él era la personificación de sus ideas reformistas y liberales. 

Percy Bysshe Shelley

Ante la oposición de mi padre, decidimos fugarnos y llevarnos a mi hermana con nosotros. Huimos a Francia y de ahí, a Suiza. Mi padre nos intentó convencer de que volviéramos, pero no queríamos hacerlo. Yo me sentía como si estuviera encarnando un romance. Regresamos una vez nos quedamos sin dinero. 

Durante el viaje me quedé embarazada y Percy ya no tenía dinero. Para mi sorpresa, mi padre se negó a ayudarnos. Nos mudamos los tres a una casa (mi hermanastra seguía con nosotros creo que en el fondo porque ella y Percy tenían cierto coqueteo), pero nos fue complicado pagarla. Percy debía irse de vez en cuando para eludir las visitas de los acreedores que reclamaban su dinero, volviendo con su mujer. 

Por mi fuerte convicción en el amor libre, tuve que resignarme a que Percy volviera con su mujer para cuidar del hijo que tuvieron en común. Yo por mi parte tuve un breve flirteo con uno de sus amigos, pero no fue más que eso. Mi verdadero amor seguía siendo Percy. 

El 22 de febrero di a luz a mi niña de manera prematura, y a mi pesar, no sobrevivió. Tiempo después volví a quedar embarazada, esta vez de un niño, al que llamé William.

Poco después, la mujer de Percy se suicidó. Apareció ahogada en uno de los lagos del Hyde Park de Londres. Decidimos casarnos después del suceso, para tener mayores facilidades para cuidar de sus hijos y de los que teníamos en común, ya que volvía a estar embarazada. 

Gracias a la herencia de su abuelo, Percy recuperó parte de su capital y pudimos mudarnos e incluso irnos de vacaciones a Suiza junto a otros amigos poetas y filósofos. Disfrutábamos del tiempo navegando por los lagos, leyendo y conversando sobre literatura, política y filosofía. 

Mantuvimos conversaciones sobre los experimentos de un filósofo del siglo XVIII llamado Erasmus Darwin, del que se decía que había animado materia muerta y de la posibilidad de devolverle la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo.  Y nos entreteníamos leyendo historias alemanas de fantasmas. Un día apostamos a ver quién de nosotros se atrevía a escribir su propia historia sobrenatural. Poco después, durante un sueño, concebí la idea de Frankenstein. 

Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo.

Mary Shelley

Comencé a escribir lo que asumí que sería una historia corta. Con la ayuda de Percy, amplié el cuento hasta convertirlo en mi primera novela, Frankenstein o el Moderno Prometeo, que publicamos bajo un pseudónimo en 1818. Los lectores asumieron que Percy Shelley era el autor, ya que el libro había sido publicado con su prólogo y dedicado a su héroe político, William Godwin (mi padre). 

Mi esposo estaba, al principio, muy ansioso de que yo pudiese mostrar orgullosamente mi origen, y escribir mi propia página en el libro de la fama. Siempre me incitó a obtener reputación en el ámbito literario.

De nuevo por problemas con los acreedores, decidimos mudarnos a Italia, donde mantuvimos una existencia nómada. Lo que podría haber sido una época hermosa, para mí fue el peor momento de mi vida. Cuando visitamos Venecia, en 1818, falleció mi hija Clara; y en Roma, nos dejó mi hijo William. Estas pérdidas me hundieron en la más profunda pena, aislandome de Percy y del resto del mundo. Sólo encontraba refugio en la escritura. Lo único que reconfortó mi espíritu fue el nacimiento de mi cuarto hijo, Percy Florence, en 1819, aunque recordaré a todos mis hijos hasta el final de mis días. 

A pesar de todo, para mí Italia es un país cuyo recuerdo está pintado como un paraíso, aunque habitado por demonios. Mientras Percy componía poemas y coqueteaba con mujeres, yo escribía una novela autobiográfica (Mathilda), una novela histórica Valperga y las obras de teatro Prosperine y Midas. Yo pasaba mucho tiempo enferma, lo que me deprimía, y debía lidiar con su interés por otras mujeres. Ambos compartíamos la creencia de ser libres para amar a quienes deseásemos, así que mi obligación era aceptarlo mientras me sentía atraída igualmente por otros hombres. 

Nuestra relación empezó a deteriorarse, y  de hecho se enamoró de otra mujer, aunque permanecimos unidos. Un día salió a navegar junto a unos amigos en un velero, pero nunca regresaron. Su cuerpo fue hallado en la playa Viareggio. 

De nuevo sentí la pérdida y el dolor. A pesar de que nuestra relación ya no funcionaba, yo le amaba con todo mi corazón. 

Volví a Inglaterra, donde decidí dedicar el resto de mi vida a la escritura de mis obras y a mi hijo, a pesar de que mi situación financiera era muy precaria. Recibía una pequeña pensión que había conseguido ganar a mi suegro, para poder dar de comer a mi hijo. Edité los poemas de mi esposo y empecé a trabajar junto con sus amigos en su biografía, igual que mi padre hizo con mi madre, pero la preocupación por mi hijo me absorbía. 

En 1826 conocí al actor estadounidense John Howard Payne, que se enamoró de mí y me propuso matrimonio, pero lo rechacé alegando que tras haberse casado con un genio, solo podría casarme con otro.

Durante el período 1827 y 1840, trabajé como editora y escritora. Escribí las novelas Perkin Warbeck (1830), Lodore (1835) y Falkner (1837), contribuí con cinco volúmenes de Vidas de los Científicos y Escritores más Eminentes de autores italianos, españoles, portugueses y franceses, integrándolos en la obra de Dionysius Lardner Cabinet Cyclopædia. También escribí artículos para revistas de mujeres. Mi padre y yo nos ayudábamos mutuamente a encontrar editores. 

En 1830, vendí los derechos de autor para una nueva edición de Frankenstein por 60 libras a Henry Colburn y a Richard Bentley para su nueva serie Standard Novels. 

También trabajé con la poesía de Percy Shelley, promoviendo su publicación y mencionándolo en sus obras, algo parecido a lo que mi padre había hecho por mi madre. En 1837, las obras de Percy eran reconocidas y cada vez más admiradas. Incluso publicamos una colección editada llamada Obras poéticas, por la que recibí 500 libras. Mi suegro insistió en que no debía incluir una biografía, pero yo, con toda la maldad que pude por lo difícil que me lo puso siempre, incluí notas biográficas amplias junto a los poemas. 

A pesar de que la juventud me había abandonado, continué teniendo amantes discretamente. Me sentí atraída por varios hombres escritores y políticos, y me llevé algunas desilusiones. 

La película

Pero mi verdadera preocupación era mi hijo Percy Florence. Asistió al Trinity College, en Cambridge, y se especializó en política y leyes, pero lo cierto es que no mostró signos de tener los dones que disfrutamos sus padres. Toda su vida me fue devoto, y al terminar la universidad, en 1841, se fue a vivir conmigo, convivencia que mantuvimos aun después de casarse. 

Mis últimos años no fueron agradables, pues sufrí numerosas enfermedades. Sufría dolores de cabeza y ataques de parálisis en distintas partes del cuerpo, que a menudo me impedían leer o escribir. Fallecí con 53 años, el 1 de febrero de 1851 mientras dormía, a causa de un tumor cerebral. 

En el primer aniversario de mi muerte, mi familia inspeccionó mi escritorio. Allí encontraron trozos de cabello de mis hijos perdidos que guardaba como mi tesoro, un cuaderno que había compartido con Percy Shelley y una copia de un poema titulado Adonaïs, junto con una página envuelta en seda, que contenía algunas de sus cenizas y los restos de su corazón, que siempre me perteneció


BIBLIOGRAFÍA

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