Quino, el humorista tímido

Quino

Se habla mucho de eso del “Si quieres puedes” y también del “No siempre que quieres, puedes”. Hay mucho wonderfulista y mucho hater de los wanderfulistas.

Pero ¿qué pasa cuando “sucede” aunque no quieras? ¿Cuándo logras un reconocimiento a nivel mundial, ganar muchísimo dinero, a pesar de que no quieras que te conozcan, no quieras que te entrevisten, que pongan los ojos en ti, o ni siquiera soñabas con esa cuantía de ingresos?

Esto también sucede. Y diría que en los casos extremos, pasa más veces de lo que pensamos.

Lo cierto es que muchos artistas logran un reconocimiento a su trabajo sin pretenderlo, sin buscarlo de forma desesperada. No buscaban un objetivo cuando se pusieron a pintar, a dibujar, a hablar en público o a escribir. Simplemente lo hacen, porque necesitan hacerlo, porque les encanta.

Algunos incluso afirman que su arte “se lo dicta un ser que vive dentro de ellos pero que no son ellos”

Este es el caso de Quino, conocido como uno de los humoristas más importantes de Argentina, un hombre tímido y humilde que dibujaba historietas graciosas. Un día le encargaron dibujar a una típica familia argentina, un matrimonio con dos hijos, dando así luz a Mafalda, el personaje que le dio la fama que él nunca soñó. 

Aquí te cuento la historia que narra la serie de casualidades que llevaron a Quino a ser el personaje mundial en el que se convirtió. Le cedo como siempre mi teclado para que sea él mismo quien te la narre… 


«Nací en Mendoza, una provincia Argentina en la frontera con Chile, el 17 de julio de 1932, como el pequeño de tres hermanos. En nuestra partida de nacimiento dice que somos descendientes de españoles porque nuestros padres y tíos eran de Fuengirola, Málaga. 

Nunca me sentí del todo latino ni del todo español. En la escuela decía cosas como “tío” y los compañeros me respondían “¿Pero el tío de qué?”. Por eso, una vez fui a España a buscar mis raíces, pero no las encontré. Llegué a Fuengirola buscando un pueblecito blanco andaluz de pescadores y me encontré con una zona turística llena de suecos e ingleses, así que fue una desilusión.

Mi nombre real es Joaquín Salvador Lavado Tejón, pero me llamaron Quino para distinguirme de mi tío Joaquín, ilustrador de profesión, quien además de marcar mi apodo fue el causante de despertar mi vocación. 

De niño no estaba seguro de lo que iba a hacer en el futuro. Mi vocación estuvo determinada casi por el azar, y vino así porque cuando mis padres tenían que irse al cine, nos dejaban a mis hermanos y a mí con nuestro tío Joaquín, que era dibujante publicitario. Él nos entretenía dibujándonos historietas, con un lapicito azul. Aunque tenía unos 4 años por entonces, recuerdo aquel lapicito azul como si fuera ayer. 

Quedé maravillado con sus dibujos. Para mí fue descubrir un mundo que jamás se me habría ocurrido. Yo no tendía a dibujar como suelen hacer otros niños, fue él quien me lo enseñó. 

Mis primeros dibujos de niño no los recuerdo bien, tengo ideas muy confusas. Leía revistas infantiles, copiaba… pero la fantasía de niño se pierde al fin y al cabo.

Mis padres fallecieron siendo yo muy pequeño. Mi madre murió cuando tenía 13 años y mi padre, dos años después. A los 15 quedé huérfano, algo bastante traumático. Mis hermanos mayores tuvieron mucha paciencia conmigo. Cuando dije que quería dibujar historietas, aguantaron y apoyaron que quisiera hacer eso en lugar de estudiar una profesión como ellos, que uno es abogado y el otro, contable.

Muchos creen que esto de dibujar es un hobby, no un empleo. No todo el mundo lo ve como algo positivo. Pero tuve la suerte de que mis hermanos me apoyaron. 

La vida de dibujante es complicada, es una gimnasia mental incesante. Yo siempre he tenido miedo de levantarme un día y que no se me ocurra más nada. A veces sucede que se me ocurren cosas que son graciosas pero no me gustan, o siento que no se me ocurre nada y empiezo a pensar que ya estoy acabado. 

Cuando Mafalda se publicaba en un diario, yo entregaba siempre con la lengua fuera a las 10 de la noche. El diario salía a la calle a la 1 de la madrugada. Pero a decir verdad, ahora esa intensidad la extraño. 

Y como dibujante tienes que estar muy al día de la actualidad para las historietas. Aunque yo he tratado siempre de no hacer una actualidad rigurosa, porque es un trabajo perdido. Un ministro del que hables hoy, a los dos meses ya no está y ese chiste ya no se entiende más. Prefiero que mis cosas sean temas permanentes. Por eso dibujo sobre temas como un señor muy grande detrás de un escritorio, y otro más pequeño detrás. Esa relación del grande y el pequeño, el fuerte frente a los débiles.

No me gusta exponerme ni exhibirme. Creo que las entrevistas hay que hacerlas a actores que siempre interpretan otros roles y nadie sabe cómo son ellos. Yo lo que tengo que decir a la gente lo hago con mis dibujos. 

Estudié en la escuela de Bellas Artes de Mendoza durante 2 años sólo, porque aquello de dibujar jarrones y guitarras era muy aburrido para mí. Tuve un profesor yugoeslavo excelentísimo, con un gran sentido del humor que me sugirió dedicarme a esto. 

Así que con 18 años marché a Buenos Aires a la conquista de la gran ciudad, donde estaban las grandes revistas y magazines que podrían publicarme. La primera experiencia fue desalentadora porque yo dibujaba muy mal. Iba con dibujos horrorosos que nadie aceptaría. Entrevisté a los dibujantes que más admiraba y me dijeron que las ideas estaban bastante bien, pero que tuviera paciencia con el dibujo. 

Regresé a Mendoza, hice el servicio militar, período en el que no agarré un lápiz para nada. Después de aquel servicio, cuando agarro un lápiz, para sorpresa mía, dibujo de una manera que no tenía nada que ver a cómo dibujaba antes. Mejoré yo sólo sin tocar el papel. 

Esta vez, en lugar de irme a Buenos Aires, envié por correo postal algunos dibujos y Divito, uno de los dibujantes argentinos de aquella época, a quien yo quería muchísimo, me alentó a irme para allá. Me dijo que con un tiempo más de práctica podría encontrar trabajo. Pero no lo conseguí inmediatamente, estuve 6 meses viviendo en pensiones con 4 personas en la misma habitación, pasándolo mal, echando en falta a mis hermanos… Gracias a que ellos me ayudaban podía seguir allí. 

Como suele suceder (porque siempre pasa algo) aquella era una época en la que había escasez de papel y no se podía tomar mucha gente nueva. Empecé a colaborar en una revista de actualidad general, que no tenía nada que ver con el humorismo. Mis primeros dibujos me los pagaban 30 pesos cada uno, que era poquísimo. 

Hice algo para una sedería que era un personaje, Sedaría, que es el antecedente directo de Mafalda, que en realidad era muy feo. Después tenía otro personaje que también era horroroso. 

Yo nunca pensé tener un personaje. Los dibujantes que tenían personajes me aconsejaron no tenerlos nunca porque era una exclavitud y es cierto. Además arruina el dibujo de uno, por el hecho de tener que dibujar siempre los mismos personajes y mismas medidas. Yo me siento más cómodo haciendo humor libre. Una historia cada semana de temas distintos. Un explorador, un buzo, un científico…Mafalda fue un encargo de una agencia de publicidad, si no, yo no lo habría creado. 

Me costó mucho considerarme un buen dibujante. No me veía talento. Por eso, para mejorar, empecé a fijarme mucho en los detalles, para hacer que todo funcionase. 

Al principio no me arriesgaba mucho cuando se me ocurría un buen recurso gráfico. Recibí un impacto tremendo cuando vi los dibujos de dibujantes franceses, como Cheval, Bosq.. uno tiene que arrancar de algún maestro y tomé a estos como tal. 

Me acuerdo que un día hice una página sobre un marinero que está en alta mar y lo maltrata todo el mundo en la nave. Esto de que el tipo trabajaba en alta mar no supe cómo resolverlo durante días, me bloqueé, hasta que se me ocurrió hacer el cuadro inclinado en el que está ahí trabajando con sogas y baldes y cosas así. Estos pequeños momentos de Eureka son muy felices para un creador.

En mi opinión, para ser bueno, un dibujo debe revelarte algo que no te hubieras dado cuenta antes. Que puedas ver en ellos el resumen de una idea. 

Por otro lado, para ser dibujante hay que tener un ojo muy agudo sobre cómo es el hombre y su circunstancia. En realidad tiende el humorista a ser muy negativo, muy pesimista. Y yo lo soy. A mí la realidad me angustia mucho y por el lado del humor trato de sobrellevarlo

Hay quien cree que el humor puede hacer pensar a la gente, pero yo creo que no. Sólo para reírnos de nosotros mismos.Y para mí, sobrellevar cómo somos los seres humanos.

Me casé con Alicia Colombo en 1960, cuando yo tenía 27 años y ella 28. Vivimos al principio en el apartamento de sus padres, hasta que pudimos movernos a uno nuestro. Nació de ahí un matrimonio del que surgió una fusión espléndida, ya no nos separamos nunca más, hasta la muerte. La conocí en la fiesta de una novia de un primo mío. Ella estaba ahí y me pareció que era árabe o algo así. Nos hicimos amigos porque compartíamos los mismos intereses y aficiones, como la música, el cine, la literatura…No se nos ocurrió que podíamos terminar juntos. Y después de 6 años de amistad, nos casamos.

Alicia ha resultado ser el contrapeso de mí mismo. Gracias a ella, yo he podido llegar a hacer lo que hago a este nivel. Yo  me manejo muy mal con la vida y no tengo sentido de las cosas. Vivo sin saber con cuánto hay que vivir ni cuánto se gasta ni nada. Mi mujer, que es doctora en química, está calculando todo. Cubre una parte que a mí me falta, además del cariño y el amor que me da. Los problemas de la vida cotidiana, un contrato que hay que leer, para mí son abrumadores. Yo leo los contratos y no entiendo nada, tengo que llevarlo a un abogado. Que ellos también me dicen que si me quieren engañar, lo harán igual, pero al menos yo hago lo que tengo que hacer. 

Yo no he querido tener hijos y mi mujer tampoco. El tándem Quino y Alicia es muy completo. Yo no aguantaría que quisiera a otro ser humano que no fuera yo. Además, es una mala porquería traer a alguien aquí sin haberle preguntado 😉 

Ella fue la que me impulsó a llevar a Mafalda a otro nivel, la que me ayuda con cada uno de mis libros y con todas las gestiones. Sin ella, yo no sería capaz de hacerlo. Y vivo feliz así.

A mí lo que me angustia mucho es ir al dentista. Para otras cosas uno tiene ayuda, como un abogado con un contrato. Pero al dentista tiene que ir uno, y uno se siente tan sólo…

El primer libro que saqué, Mundo Quino en 1963, es una recopilación de dibujos sacados en distintas revistas. Aquí tengo la alegría que produce sacar un primer libro y la frustración del agente que lo llevó mal y me engañó. Se vendió mucho pero yo no cobré nada. El negocio fue malo pero no me importó, porque yo tenía hecho mi primer libro. 

Por eso a partir de ahí, fue Alicia quien me gestionó todo. Sin ella… Yo me hice famoso, pero ella era la que estaba detrás de todo. Ella es la que me ha permitido dedicarme a dibujar. De hecho, ella siempre me llamaba Monito, porque era así. Yo era un monito para ella.

Después de este libro aparece el germen de la historieta con la agencia de publicidad que me pide crear una historieta para publicar en diarios de una familia-tipo de un matrimonio y 2 hijos con los electrodomésticos Mansfield. La idea era que en la viñeta se viera la marca de los electrodomésticos pero no pagar por ponerlo en los diarios. Esta idea fracasó porque el diario obviamente lo consideró publicidad y que había que pagarla, así que se quedó en el cajón durante 2 años. 

Un amigo periodista que trabajaba en una revista me preguntó si tenía algo que no fuera la típica página de humor. Yo no tenía nada, así que le llevé eso, les gustó y lo empezaron a publicar. A partir de ahí se empezó a ver mis dibujos por todas partes, la gente recortaba las viñetas y las pegaba en sus oficinas.

Hasta que un editor italiano me dijo “ya que a la gente le gusta tanto, podríamos sacar un libro”. Yo no quería, no contestaba a sus cartas. pero Alicia le contestó en mi nombre y gracias a eso salió todo. Se hicieron 5.000 ejemplares para probar y se agotaron en 2 días, y ahí empezó el Boom de Mafalda. Mi boom. 

Hay 10 libros de Mafalda en total. En 1966 se publicó el primero y después fueron saliendo los demás. Las últimas tiras las terminé para completar el último libro, porque yo ya no daba más con ella. 

Mafalda empezó a dispersarse por América Latina y después siguió por Italia. A raíz de llegar a Europa, continuó por Alemania, Portugal, Francia (aunque aquí no tuve mucho éxito) y en España, donde tardó un poco más en llegar, en 1970, aunque ya llevaba años existiendo y siendo reconocida en algunos países.

*La gente suele decir que Mafalda es mundialmente conocida, pero en realidad sólo lo es en Latinoamérica, algunos países de Europa y en Nueva York. Nos olvidamos de que existe África y Asia, y que allí no se conoce en absoluto. 

10 años consecutivos dibujando historietas de Mafalda plantea los problemas de imaginación, de observación, de concentración, de estar atento a lo que pasa en el momento y entender lo que sucede en la sociedad. Además, por otra parte, significa un esfuerzo físico de estar pegado al tablero durante horas. Es un trabajo de paciencia, porque no es que uno se siente y se le empiecen a ocurrir cosas. 

Una noche invité a cenar a un dibujante amigo mío, y este aceptó la invitación porque nos queremos mucho, pero tenía que entregar una página al día siguiente. Nos quedamos juntos hasta las 3 de la mañana y se fue angustiadísimo. Y cuando ya nos despedíamos en la calle me decía “Un señor va por la calle ¿y qué? Venga venga, ¿y qué?” Y empezamos a pensar por ahí. 

Uno se pone con el bloc en blanco y  se plantea “Un señor va por la calle, ¿y qué?” O cambias, “Una señora va por la calle y… se cruza con un perro” y empiezas a pensar en perros y termina saliendo una idea que no tiene nada que ver con lo que empezaste a pensar. 

Hay días que uno está muy lógico y le salen cosas muy lógicas, pero que no tienen ninguna gracia. Agota bastante, aunque supongo que es mucho peor trabajar en una mina. 

Cuando dibujaba, mi horario solía ser levantarme a las 8 am. a las 9.30 ya estar sentado en el tablero hasta mi almuerzo a las 13; después volver al tablero y seguir hasta la noche. Después a la cama también me llevaba siempre un bloc, porque a mí me costaba mucho dormirme. Me quedaba trabajando en la cama hasta las 2-3 de la mañana. 

Para mí no hay un mecanismo concreto para crear. Hay días que me pongo a dibujar sin saber qué me va a salir, a ver si me va saliendo algo, y otros días ese mismo método no me sirve para nada. Hay días que si no tengo nada en la cabeza, no sé qué dibujar. 

Leyendo un libro de Freud, él decía que el trabajo de este tipo, de creación, es un poco como irse a la cama queriendo saber lo que uno va a soñar esa noche. Y es cierto. Uno no sabe el detalle final, esa cosa que hace la chispa así, no sabe cómo le viene. 

Yo suelo guardar material sin terminar. A veces no encuentro finales. Lo guardo y cada tanto lo agarro y lo miro, y a veces se me ocurre un final cambiando un detalle que no se me había ocurrido antes. Es como si uno fuera el operario de uno que hay dentro que te va dictando cuando le apetece

Durante 10 años, estuve viviendo con esa angustia permanente de la historieta de Mafalda. Además, yo trabajaba haciendo también 4 páginas de humor en otras revistas y un dibujo diario para otro periódico. 

Aunque Mafalda supusiera una carga muy pesada para mí, es la que me ha ayudado a hacerme conocido. Pero a mí no me gusta esto, porque llevaba hasta entonces 11 años haciendo las otras cosas y no se me conoce por todo ese trabajo. Me parece un poco una injusticia. 

Yo “bueno” no diría que soy. A mí no me gusta cómo dibujo, no dibujo como quiero sino como puedo. Sé que tengo buenas ideas, pero tampoco las considero mías porque sí, sino que me salen cuando quieren. 

Con los años empecé a tener la sensación de que me estaba empezando a repetir y eso me parecía deshonesto, no me gusta. No me parece correcto que mis lectores me lean por costumbre, sabiendo cómo va a terminar. 

Mis reglas de oro en la historieta son que, si uno tapa el último cuadro y se imagina cómo puede ser, me parece que no sirve. Me gusta que sorprenda. Que no sepas lo que suceda al final.

Yo no sabía dibujar historietas cuando me lo pidió la agencia de publicidad. Me pidieron que se pareciera a Charlie Brown, y, de hecho, algunos me dicen que me copié de él. No lo hice a propósito, pero quizá lo hice un poco porque yo no sabía cómo hacer una historieta. Tuve que ir aprendiendo. 

Al mes ya estaba harto de hacer Mafalda, así que le inventé a un amigo, a Felipe. Uno que sueña y no entiende lo que pasa, después Manolito…y así se fueron agregando personajes. Pero no es un trabajo que supiera hacer, tuve que aprender.

Hay personas que critican a Mafalda porque es aburguesada, pero hay que describir sólo lo que se conoce. Mafalda vive con sus padres en un barrio ni rico ni pobre de Buenos Aires, en una familia ni rica ni pobre, tiene libros de cuentos, una radio para escuchar a los Beatles y los noticiarios, un globo terráqueo que la preocupa mucho, una tortuga que lleva atada a una cuerda como si fuera un perro . Es una niña como otra cualquiera que odia la sopa y las injusticias. 

Después hay opiniones de todos los colores en diferentes países. Algunos dicen que es ella lo que les gusta, y otros que es todo lo demás. A algunos les parece muy repipi y otros la adoran. 

A mí como personaje no me parece de los mejores, porque caí en una cosa de que Mafalda predica la justicia pero no es así. Con el único personaje que yo me reía, porque yo nunca me río de mis cosas, salvo contadísimas excepciones, era con Manolito. Cuando se me ocurrían ideas de él, me reía muchísimo. 

Felipe es un poco autorretrato mío. Se trata de un muchacho al que le gusta leer tebeos, jugar a cualquier cosa que despierte su fantasía, el ajedrez, los vuelos espaciales, estar sentado sin hacer nada, atormentado cuando sabe que tiene que hacer los deberes. Es un niño tímido y bondadoso, y justo al póster del Llanero Solitario, que es su héroe predilecto, tiene otro que dice “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. 

Soy bastante yo. 

Los personajes que hago tienen mucho movimiento. Hago un poco de director de cine al hacer una historieta. Y se presentan problemas técnicos también al dibujar, tienes que pensar dónde pones a los personajes en momentos que a lo mejor no tienen que estar.

Creo que Mafalda es una crítica del hombre. Me parece que el hombre es un ser mal terminado. Si Dios nos hizo inteligentes, por qué no nos hizo más inteligentes, esto me da rabia. Además, mira cómo estamos dañando al planeta, contaminando… es algo que me hace sufrir mucho.

Toda crítica lleva implícita una Fe, porque sino uno no se tomaría el trabajo de criticar ni siquiera. 

Después de Mundo Quino y los de Mafalda, en 1972 publiqué uno llamado “A mí no me grite” donde se recogen dibujos publicados en la revista Panorama y Siete Días. Después, en 1974 el de “Yo que Usted”, que recoge una recopilación desde mis primeros dibujos hasta los últimos en ese momento. Está acompañado de citas culturales curiosas. De hecho hay dibujos horrorosos, que son de mis comienzos. La preocupación por los débiles, los humildes, los frágiles… siempre me ha movido. 

Con el tiempo se empezaron a vender muñecos de Mafalda, contra mi voluntad al principio porque empezaron a salir piratas. No me quedó otra opción que sacar los míos.

Yo no he sabido aprovechar mi época de oro y ahorrar, porque he viajado muchísimo. No sé atesorar ni ganar dinero. Podría haber tomado un equipo de dibujantes y que se encargaran de seguir dibujando, pero a mí me gusta hacerlo yo. Soy como un artesano. 

Sin embargo, en mi vida hay una profunda frustración y es que me hubiera gustado pintar. De hecho, uno de mis ídolos era Chumy Chúmez, un pintor durante 20 años que después se dedicó a ser humorista. Él era un dibujante de corazón, uno de los mejores del mundo para mí. 

El padre de todos los dibujantes es Steinberg, soñaba ser como él cuando empecé. Un personaje que poca gente del gran público conoce y esto es una injusticia. No sé si es porque publica poco, o su temática sea cerrada, pero es una línea extraordinaria. Él dibuja el dibujo. Y a mí esto me da mucha envidia. 

Yo al principio pensaba que lo importante era la idea más que el dibujo. Hasta que un día se me ocurrió una idea con un estadio de gente y no lo supe dibujar. Entonces ahí empecé a preocuparme realmente. Intenté tomar lecciones de pintura en Argentina. Probé con varios profesores. Pero no terminé de mejorar. Para lo que uno no está hecho, no lo está. 

Otra frustración profesional o sueño no realizado que me hubiera gustado, al mismo tiempo de ser yo -y esto es de un egoísmo espantoso- me hubiera gustado ser yo mujer para quererme a mí mismo. Pero porque yo no me quiero a mísmo. Es una cosa horrorosa porque es imposible. 

Todos nos buscamos un poco en nuestra pareja. Yo me casé con Alicia, que es todo lo contrario, buscando en ella lo que me falta y me completa. 

El humorismo en el mundo se está metiendo en un callejón sin salida. En España se está metiendo en politización. En Francia, el humor ha ido a parar a un dibujo feísta decididamente. Y yo no sé si estoy viejo, pero a mí eso no me gusta para nada. Pero tampoco sé para qué lado ir hay que ir. Uno siempre tiene la ilusión de crear. Yo no me siento un creador tal cual. Mis dibujos empezaron pareciéndose a los de otros. 

Hay un dibujante argentino, que es Copi, que sí creó una cosa nueva. Una señora sentada hablando con un patito, para mí él sí es un creador. 

La idea de que el creador o artista es un individualista puro, porque piensa sólo en su problema y en sí mismo es así. Se preocupa también por la colectividad, pero en mi caso, me frustro mucho porque no sé qué solución darle. Me parece que lo que falla es siempre el hombre, hay algún gen que salió mal. Me gustaría que algún científico lo descubra y lo cambie. 

Dejé de dibujar más o menos en el año 2000, y es algo que durante la última época de mi vida eché mucho en falta. Dejé de hacerlo porque perdí visión. Y lo cierto es que no se me ocurrieron nuevas ideas. Mi día a día después de perder la capacidad de hacer lo que he hecho siempre, gracias a tener la cabeza bien amueblada, no me aburrí Me dediqué a las alegrías que tenía fuera de mi trabajo (el cine, el vino como fiolosofía de vida, y la música). 

Dicen que cuando dejas de trabajar te aburres, pero si tienes la cabeza bien nutrida, cuando te atreves y quieres escuchar la música que hay en tu cabeza, entonces no te puedes aburrir. 

Me da pena la gente que dice que se aburre. Yo jamás me aburro, a pesar de que no puedo dibujar ni escribir. Escucho toda la música que puedo, que además es algo que no se te acaba. Además hay autores que por mucho que los hayas escuchado, siempre vuelves a percibir notas nuevas. 

La edad te permite darte cuenta de estas cosas. Cuando te haces mayor, empieza una etapa en tu vida que es diferente. Aunque no recomiendo la vejez como antídoto para nada, lo pasas mal, por supuesto, pero tienes ese aprendizaje acumulado. 

Las entrevistas me ponen incómodo porque uno no sabe qué decir. Te preguntan cosas que no quieres contestar. Durante una época me negué a aceptar reportajes, entrevistas ni nada.  Pero con el tiempo me pareció una boludez y empecé a aceptarlos.

Soy víctima de mí mismo…

La gente me dice que yo he aportado mucho. Y yo siempre me quedo pensando “¿Pero qué di, qué dicen?” No lo sé, la verdad. Simplemente dibujaba. 

Además, de joven creía que la música, los dibujos, las protestas servían para algo. En mi vejez, tuve mis dudas. Pero creo que uno tiene que ser optimista a pesar de uno mismo. 

Mi Alicia me dejó en 2017. Y yo fui a buscarla, 3 años después. 

Bibliografía:

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