Esta historia trata de una niña refugiada, y sobre una mujer que creó una empresa de software de alta tecnología en los 60 -que cotizó en bolsa, que llegó a emplear a más de 8500 persona y que fue valorada en 3 billones de dólares-, sobre la madre de un hijo autista, y sobre una filántropa que ha donado importantes sumas de dinero (más de 70 millones de libras).
Esta es la historia de Stephanie -Steven- Shirley, que reúne todas esas etiquetas y aún con ellas, es difícil entender quién es esta mujer y de dónde ha sacado tanta energía y valentía.
Una mujer sumamente interesante, además de inteligente.
Aquí abajo te dejo su historia, la que ella misma cuenta. Puedes leerla en este artículo, pero si te apetece escucharla (vale mucho la pena) en este enlace te dejo el vídeo para que la escuches a ella.
«Nací el 16 de septiembre de 1933. Pero todo lo que soy empieza el día que subí a un tren en Viena, parte del Kindertransport que salvó a casi 10.000 niños judíos de la Europa Nazi. Tenía 5 años, agarrada de la mano de mi hermana de 9 años, y tenía muy poca idea de lo que estaba pasando. “¿Qué es Inglaterra? ¿Por qué voy allí?”
Vivo solo gracias a que hace mucho me ayudaron unos extraños generosos. Me acogió un matrimonio de los alrededores de Birmingham. Tuve suerte, y fui doblemente afortunada de reencontrarme luego con mis padres biológicos. Pero, por desgracia, nunca me vinculé con ellos de nuevo. Pero he hecho más en las 8 décadas desde aquel día desgraciado en que mi madre me puso en un tren de lo que jamás hubiera soñado posible.

Amo Inglaterra, mi país adoptivo, con la pasión que quizá solo siente alguien que perdió sus derechos humanos. Decidí hacer de mi vida, una vida digna de ser salvada. Y luego, seguí adelante.
Desde niña destaqué notablemente en la asignatura de matemáticas. Por eso, cuando cumplí dieciocho años empecé a trabajar en el centro de investigación del Royal Mail en Dollis Hill, asistiendo a clase después de mi jornada laboral hasta obtener un Grado en Matemáticas. A mediados de los años 50 tuve mis primeros conocimientos sobre ordenadores y me gustaron mucho. Acabé dejando mi empleo después de 8 años, porque me negaron un ascenso por ser mujer y porque iba a casarme con otro empleado, lo que obligaba a que uno de los dos dejara la empresa.
Vayamos ahora a principios de los años 60. Después de esta experiencia y en general, para sortear las cuestiones de género de la época, creé mi propia empresa de software, una de las primeras startups de Gran Bretaña. Pero también era una empresa de mujeres, una empresa para mujeres, una empresa social temprana. La gente se burlaba porque el software, en esa época, era algo que venía gratis con el hardware. Nadie compraba software y claramente no de una mujer.

Aunque las mujeres salían de las universidades con títulos decentes, había un límite invisible a nuestro progreso. Y yo alcancé ese límite muy a menudo, y quería dar oportunidades para las mujeres. Por eso recluté mujeres profesionales que dejaron la industria al casarse o cuando esperaban al primer hijo y las estructuré en una organización de trabajo en casa.
Fuimos pioneros en el concepto de la mujer que vuelve al mercado laboral después de una pausa en su carrera. Fuimos pioneros en muchos métodos nuevos y flexibles: acciones de empleo, participación en beneficios y, finalmente, copropiedad cuando dejé una cuarta parte de la empresa en manos del personal sin costo alguno para nadie más que para mí.
Durante años fui la primera mujer “esto”, la única mujer “lo otro”, y en aquellos días no podía trabajar en la bolsa de valores, no podía conducir un autobús ni pilotar un avión. De hecho, no podía abrir una cuenta bancaria sin permiso de mi marido. Mi generación de mujeres luchó por el derecho al trabajo, y el derecho a la igualdad de remuneración.

En realidad, nadie esperaba mucho de nosotras en el trabajo o en la sociedad, porque todas las expectativas entonces estaban puestas en la casa y en las responsabilidades familiares.
Y yo no podía soportar eso, así que empecé a cuestionar las convenciones de la época, llegando al punto de cambiar mi nombre de “Stephanie” a “Steve” en mis cartas de desarrollo de negocios, para pasar la puerta antes de que alguien se diera cuenta de que era una mujer.
Mi empresa llamada Freelance Programmers, era precisamente eso. No pudo empezar más pequeña: en la mesa del comedor, y financiada con el equivalente a 100 dólares en términos actuales, financiados por mi trabajo y pidiendo un crédito con mi casa como garantía.
Mis intereses eran científicos, el mercado era comercial; cosas como la nómica, me parecían bastante aburridas. Así que tuve que aceptar trabajos de investigación operativa, que tenía el desafío intelectual que me interesaba y el valor comercial valorado por los clientes: cosas como programación de trenes de carga, cronograma de autobuses, control de mercancía, mucho de eso. Y finalmente, entró trabajo.
Disfrazamos el trabajo doméstico y a tiempo parcial del personal ofreciendo precios fijos, uno de los primeros en hacerlo. ¿Quién habría dicho que la programación de la caja del Concord supersónico fue programado por un puñado de mujeres que trabajaban desde sus casas?

Sólo usamos un enfoque simple de “confía en el personal” y un simple teléfono. Solíamos preguntarles a las interesadas, “¿Tienes acceso a un teléfono?”. Un proyecto inicial fue desarrollar estándares de software sobre protocolos de control de gestión. El software fue y sigue siendo una actividad muy difícil de controlar, por eso fue de enorme valor. Nosotras mismas usábamos los estándares, incluso nos pagaron para utilizarlos durante años, y finalmente fueron adoptados por la OTAN.
Nuestras programadoras -recuerda, sólo mujeres, incluyendo gays y transgénero-, trabajaban con lápiz y papel para desarrollar diagramas de flujo, definían cada tarea a realizar. Luego escribían código, por lo general a máquina, a veces código binario, que luego enviaban por correo a un centro de datos para perforar con eso cintas de papel o tarjetas, y luego volver a perforarlos para verificación. Todo esto antes de que llegue a la computadora. Así se programaba a principios de los 60.
En 1975, a 13 años de empezar, se legisló la igualdad de oportunidades en Gran Bretaña y eso hizo ilegal tener nuestras políticas pro-mujer. Y como ejemplo de consecuencias no deseadas, mi compañía femenina tuvo que dejar entrar a los hombres.
Cuando creé mi empresa de mujeres, los hombres dijeron: “Interesante, funciona sólo porque es pequeña”. Luego, cuando se hizo más grande lo aceptaron: “Sí, ahora es más grande, pero no es de interés estratégico”. Y luego, cuando era una compañía de más de 3.000 millones de dólares, hice millonarios a 70 empleados, dijeron: “¡Bien hecho, Steve!”.
Siempre pueden reconocer a las mujeres ambiciosas por la forma de sus cabezas: son planas por arriba por exceso de palmadas condescendientes. Y tenemos los pies más grandes para estar lejos del lavadero de la cocina.
Compartiré contigo 2 secretos del éxito:
1) Rodéate de personas de primera, que te gustan.
2) Elige a tu pareja con mucha atención. Porque el otro día cuando dije “Mi marido es un ángel”, una mujer se quejó: “Tienes suerte”, dijo, “el mío está todavía vivo”.
Si el éxito fuera fácil, todos seríamos millonarios. Pero en mi caso, vino en medio de trauma familiar y, de hecho, de crisis. Nuestro difundo hijo, Giles, era hijo único, un bebé hermoso y feliz. Y luego, a los 2 años y medio, como un niño cambiado en un cuento de hadas, perdió lo poco que hablaba y se convirtió en un niño salvaje, ingobernable. No eran “los terribles 2 años”; era profundamente autista y nunca volvió a hablar.

Giles fue el primer residente de la primera casa de caridad que creé, pionera en servicios para el autismo. Y luego fue una escuela innovadora en Prior’s Court para alumnos con autismo, y una investigación benéfica médica para el autismo. Porque cada vez que encontré un hueco en los servicios, traté de ayudar. Me gusta hacer cosas nuevas y hacer que ocurran cosas nuevas.
Algo de mi riqueza vuelve a la industria que la forjó, también fundé el Oxford Internet Institute y tras empresas de TI. El OII no solo hace hincapié en la tecnología, sino en el aspecto social, económico, jurídico y ético de Internet.
Giles murió inesperadamente hace 17 años. He aprendido a vivir sin él, y he aprendido a vivir sin su necesidad de mí. Ahora sólo hago filantropía. No me preocupa perderme porque varias organizaciones benéficas vendrían rápidamente al rescate.

Una cosa es tener una idea para crear una empresa, pero como sabrán muchos en esta sala, hacer que suceda algo es muy difícil, y requiere de una energía extraordinaria, confianza en uno mismo y determinación, el valor para arriesgar familia y hogar, y un compromiso 24/7 que raya en la obsesión.
Es justo decir que también soy adicta al trabajo. Creo en la belleza del trabajo cuando se hace correctamente y con humildad. El trabajo no es algo que hago cuando preferiría estar haciendo otra cosa.
Vivimos la vida hacia adelante.
¿Qué me enseñó todo esto? Me enseñó que el mañana nunca será como hoy y ciertamente, tampoco como ayer. Eso me hizo enfrentar el cambio y, de hecho, con el tiempo dar la bienvenida al cambio, aunque me han dicho que sigo siendo muy difícil.









Mis fuentes:
- Su charla TED *Que te recomiendo escuchar.
- Charla en Deutsche Bank.
- Su Web.
- Wikipedia.